miércoles, 29 de agosto de 2007

SIMÉTRICOS

Un buen blindaje para eludir una responsabilidad consiste en desentenderse de los hechos y mandar a la chingada todo sin importar las consecuencias. Eso lo sabía bien cuando él clavó con sus ojos de alfiler la pregunta que venía esquivando desde hacia algunas semanas. No pasa nada respondí, consciente de que era la frase más estúpida sacada de la convulsa urna en que tenía convertida mi cabeza. Sabía que no podía mentirle pero insistí: Nada. Entonces él habló del silencio como un muro, como metáfora del abismo, como el principio del abandono y de no sé cuántas cosas más; yo tenía urgencia por concluir la cita –después de todo se trataba de una visita de cortesía; soy bueno- y continuar con mis preparativos. Pensaba en el viaje que haría en unas horas más y sus palabras me sumían en un sopor nocturnal (en pleno mediodía) pese al viento húmedo que soplaba y entraba por la ventana del café donde nos hallábamos. ¿Nos has sido consciente de ese silencio? Argüía la necesidad de respuestas como asideros para no caer en un vacío epistemológico. Pero yo quería que comprendiera que yo tenía prisa no respuestas para sus interrogantes, desafortunadamente, inoportunas. Me cansé de tener que decir que me pasan cosas malas acerté a pronunciar en un intento de frenar la perorata inquisitiva. Así que fue eso. Omisión. Se trataba de un descuido. Omisión. Satisfecho cambió el curso de la charla. Pero yo volcaba en otro abismo. No me mires así que me delatas; si lo sabes por qué me lo preguntas. Tú eres gay y nadie te lo cuestiona, a mí tampoco me importa. Sé que has visto movimientos que delatan un deslizamiento de mis gustos, que por otra parte, tú conoces muy bien. Sí, es verdad que me ha dolido la partida de mi mejor amigo –que también es gay- y por eso llevo una semana con el bulto de la melancolía a cuestas. Reconozco que tuve miedo a llevar a cabo el plan de emborracharnos, “cotorrear” con mujeres; acabar ebrios y dormir en camas diferentes pero en la misma habitación de un hotel (no sé qué habría pasado).

Qué bueno que decidiste que abandonáramos el lugar. Llevo prisa por alejarme de ti y de todo lo que tú representas. No puedo decirte que mentí porque ahora no lo sé o no quiero saberlo. Apúrate o vete, pero no me sigas, no quiero continuar escuchándote, podría llorar en medio de la calle tan llena de gente a esta hora de la tarde. Ojalá no me pidas ni me ofrezcas un abrazo –tendría que negártelo y no quiero lastimarte-: es sólo una despedida no un funeral.

Siento que me he tragado todas las palabras y que la lengua se me ha hecho un ovillo de murmullos interiores. Al fin te callaste. Gracias. El abrazo se redujo a la mitad de si mismo. Eso sí, un fuerte apretón de manos (que no se le niega a nadie) y “aquí se acaba el verano de 2007” dijiste. Adiós, agregué. Que hoy me siento diferente y me percibo igual a ti.