Todo amor -aunque sea correspondido- es una imposibilidad. Una tragedia. Y lo es, porque cuando el amado corresponde al amante, desearía incrustrarse en él y esto es imposible (recuérdese la propiedad física de la materia: impenetrabilidad) porque dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. Tal certeza física devasta la ilusión de aquellos caídos en el amor. Los derrotados. Porque declararse enamorado es confesar al mundo nuestra vulnerabilidad y eso casi es una invitación para ser atacados. Imantados por la experiencia amorosa somos como cuerpos con las defensas bajas, con los leucocitos mermados y el cerco de los enemigos cada vez más estrecho, más concéntrico. Y aún así vale la pena dejarse atrapar por el amor, pues tal vivencia, por violenta que sea, siempre será mejor que la ausencia del mismo dentro de un cuerpo abarrotado por el frío y el silencio. Por eso, únicamente los héroes aman. Los simples y los tontos creen que aman porque un cuerpo les repite besos y les dicta palabras de sonoridad excelsa. Los héroes, en cambio, saben que basta saber que aman aunque el vector de su deseo vaya hacia ninguna parte errando el blanco de su amoroso objetivo: el amado. Pues saberse amando es su proeza permanente y pretexto para mantenerse en guardia por si el amado arriba, se acerca o se marcha...Los héroes velan en silencio y bajo el manto escarchado de la niebla. Si uno cree amar, si está convencido de amar, jamás cuestionará por qué el amado no está junto a uno; preguntarse esto es inútil, un aleteo vano de plumas contra el concreto estando el horizonte tan azul y tan próximo. El amado se lleva dentro aunque uno muera de nostalgia por una caricia, un roce o un orgasmo conjunto. El amado se goza en el interior como un suave veneno.
martes, 5 de diciembre de 2006
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