viernes, 27 de abril de 2007

NADIE ME VERÁ LLORAR


El título de este texto pertenece a la novela de Cristina Rivera Garza. En las páginas de esa obra leemos el recorrido vital de Matilde, la protagonista, que tras muchas peripecias termina sus días recluida en un manicomio de donde más tarde escapará siguiendo al hombre que ama y le corresponde.

La experiencia amorosa es esto: un huir constantemente, un vagar de aquí a allá, un no-saber-quién-se-es y un no-estar-en-ninguna-parte. Una gozosa dolencia que nos orilla peligrosamente a la locura, para después expulsarnos súbitamente de la misma. Pero para que sea posible hablar de amor, es preciso que tal vivencia sea correspondida en igualdad de circunstancias; es decir, sin trampas ni des-ventajas ni segundas o soterradas intenciones. La claridad en este caso es vital para la historia que empieza.

Cuando el amor inicia el abismo entre los dos protagonistas se colma mediante un puente de ilusiones; serán las palabras dichas o dictadas, las visitas en par a cines y cafés, los silencios cifrados, los besos furtivos y temblorosos los que permitirán que el sentimiento se consolide. Si no existe comunicación no habrá romance y el principio del amor -que no dista mucho del de incertidumbre- se esfumará. Es entonces, cuando el vacío entre los dos se vuelve un agujero negro por donde caen los sueños de aquél que sí estaba dispuesto a dejarse vencer, involucrarse, donarse al otro para ser mejor. La magnitud del abandono no se documenta en ningún manual de desastres naturales; la sensación de orfandad es directamente proporcional a los anhelos depositados en la historia fenecida. Y pese a ello, el que se queda no puede demostrar al mundo su devastación porque éste es cruel y devora a los seres débiles o derrotados.

El que se queda debe hacerlo de pie, a la vera del camino mientras pasa el temblor del desengaño y cae la lluvia de ilusiones, el temporal, y en ese estado deberá conservar los ojos puestos en el horizonte repitiendo a manera de rezo, nadie me verá llorar, si desea sobrevivir al eclipse de luna mala, que ha aparcado, momentáneamente, en una arista de su corazón.

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