martes, 27 de marzo de 2007

UN HOMBRE DE VERDAD


A Sergio y Miguel, hombres buenos

Traidor, infiel, mentiroso, barbaján, irresponsable son algunos de los peldaños cuesta abajo que caracterizan la escalera que lleva a la masculinidad. Todos son iguales reza la jaculatoria masoquista femenina y obvian que son ellas, las mujeres, quienes educan a esos bárbaros imprescindibles. No denuncio desde la misoginia sino que apelo –exijo- una valoración más objetiva o menos injusta sobre los varones. Que no todos somos clones de lo peor del gremio y que los habemos buenos aunque mal paguen ellas.

La radicalización del punto de vista –dominante- femenino respecto a los hombres se explica, que no justifica, por el continuo maltrato físico, psicológico y emocional del que tradicionalmente han sido objeto por parte de los varones. Pero tal vasallaje –muchas veces consentido, provocado y hasta solicitado- no implica que haya hombres que traicionando los valores clásicos de lo que se considera “propio” de los varones, resuelvan una actitud de respeto, igualdad y confianza hacia las mujeres. El problema radica, entre otras causas, en que siendo éstas las primeras educadoras de los varones los insertan –obligadamente, quiero creer- en una dinámica de competencia y constante presión donde tienen que demostrar –ante sí mismo, los padres y el resto de la sociedad- que se es hombre. Así se le estimula a ganar más que a competir, vencer antes que negociar, someterse a sí mismo para después imponerse a los demás.

El hombre que exterioriza un sentir considerado femenino es sancionado y muchas veces exiliado del cosmos masculino (por ser raro, por presunto homosexual). Al varón se le tiene vedado llorar desde pequeño y después la mujer se pregunta sorprendida si tal hombre es de hierro y por qué. Se le educa para no demostrar sus sentimientos o blindarlos y se le atrofia la emotividad, de suerte que cuando el hombre quiere o debe ser sensible, descubre de golpe su discapacidad afectiva. Y si consigue superar su disfunción, porque pese a la férrea disciplina machista –mil y una veces alentada por la comunidad femenina- ha conseguido hacerse hombre, las más de las veces se enfrenta a mujeres que lo preferirían más rudo y menos débil, no dueño de sí y más ignorante de su integridad y por tanto, violento, un poquito macho nomás para no desentonar con el paisaje. Porque tal parece que en la genética femenina la mujer sólo se explica por su subordinación al macho. Lo cual establece categorías incomprensibles para quienes han roto con los roles tradicionales de lo que es masculino y lo que es femenino. Porque no existe nada que valide que un ser humano únicamente actúe por imposición y no por voluntad o convencimiento propio.

Por eso el hombre homosexual, que se ha asumido tras un largo proceso de reconocimiento y aceptación, escandaliza a uno y otro género, pues con su actitud cuestiona el modelo jerárquico tradicional anquilosado de las relaciones clásicas entre hombres y mujeres. El gay no sólo pone en vilo la hegemónica heterosexualidad masculina sino que evidencia su inexistente universalidad, ergo su supremacía. Y coloca en entredicho lo que es exclusivamente masculino y femenino asumiéndose como un hombre de verdad. Lo cual no impide que los varones heterosexuales sean también este tipo de hombre.

Si a las mujeres les ha tomado casi cuatro décadas empezar a demoler el cerco de la tiranía machista, y aún hay muchas que insisten en mantenerse dentro de él –por apatía, costumbre o conveniencia- a los varones les tomará decenas de años más comprender que ser hombre en una sociedad que los obliga a serlo –siempre desde la óptica hegemónica del machismo- es más complejo y complicado que no serlo. Pero con todo ello, así como existen mujeres inteligentes, decididas y responsables de sus actos, libres del patrón verdugo-víctima, también hay hombres bueno que buscan –precisan casi con urgencia- de una mujer que no los haga malos.



Xalapa, Ver., lunes 25 de marzo de 2007

1 comentario:

AlBeRtO mErCaDeR dijo...

Maestro, le agradezco mucho su dedicatoria. Me despido no sin antes mandarle un cordial saludo y una felicitación por su excelente trabajo, recalcando que son unas reflexiones muy buenas, que denotan a una persona que realmente piensa como eso, como PERSONA. Y felicidades a los hombres buenos jajaja.