
Pero por dentro acaso también el cangrejo
Resuelva ecuaciones de segundo grado.
Alejandro Dolina
Algo parecido a la ansiedad es el amor había dicho en su clase el maestro de Ciencias, quien nos había pedido graficar el número de pulsaciones cardiacas que experimentan los amantes en función de la distancia que los separa. Ya en el laboratorio habíamos aislado la sustancia que segrega el cuerpo al entrar en la fase inicial del enamoramiento.
Pero ahora sentía el sudor deslizarse por mi espalda cual avalancha de nieve que va sepultándolo todo. Dudaba considerar, en el trazo de mis coordenadas, si la ansiedad que se experimenta cuando se está frente al amado también aplica cuando éste, en su ausencia física, es sustituido nítidamente por la maquinaria del ensueño o la alquimia que genera la evocación.
Probé otra vez el café que iba perdiendo su calor al contacto con la noche y deambulé alrededor de la mesa; en la gráfica resultante los puntos acusaban una ecuación inexacta. Limpié la humedad de mi frente y me acomodé en la silla. Encendí un cigarro y recordé que te hallabas a segundos-luz de mí y sin embargo, mi corazón era un cuasar próximo a superar su estado cero de equilibrio. Seguramente la sustancia identificada en el laboratorio no era la única responsable de los estertores de mi raciocinio. Tendrían que estar involucrados necesariamente otros factores: magia, sino, azar; una presencia activa que escapa a toda valoración exacta. Un principio de incertidumbre.
Di fin al café frío y desvié los ojos hacia el espacio coordenado: si la variación en el número de pulsaciones está directamente relacionado con la distancia media entre los cuerpos, según se leía en el orgasmograma, la velocidad a la que se pierde la cordura es igual al espacio que con rapidez se conquista la felicidad por unidad de tiempo amoroso. Es decir, un amante sucumbe al delirio con una aceleración constante independientemente de la naturaleza de sus partículas y de las condiciones reales del encuentro.
Me dirigí hasta la ventana, la noche era helada pero sentía calor. Si los puntos de la recta se prolongan sin variación por ambos extremos de la línea hacia el infinito, el proceso de enamoramiento tendría que ser reversible: desdibujar tu abrazo, despronunciar tu nombre, reducir tu cuerpo a un punto cero en el plano coordenado aun cuando mis labios tiendan uniformemente hacia el arco tangente de tu boca. Contradecir las leyes naturales para recuperar las condiciones del estado inicial. Echar tu beso entrópico por el lavabo y experimentar el sexo fácil debido a una diferencia de potencial termodinámico de mis hormonas. Olvidarte regresando a un tiempo anterior al Big Bang de tu cuerpo entre mi cuerpo.
Una sorpresiva ventisca agitó los planos de la mesa e hizo rodar la tinta cuesta abajo. ¡Eureka! La respuesta estaba ahí, en el movimiento browniano de la estampa oscura. En el amor también existe una sola dirección, un pasaje y es de ida. Y yo tendría que apresurarme a decidir abordar el móvil –contigo- o dejarlo marcharse sin mí.
Volví rápidamente al papel cuadriculado y entonces sonó el reloj. Abrí los ojos y frente a mí tenía la mirada inquisitiva del titular de Ciencias: ¿De qué están hechas todas las cosas, estudiante Z? Y desde una certeza que iba haciéndose a cada momento más sólida, casi un teorema respondí: de una ilusión de orden, profesor. Y abandoné el salón con cierta prisa llevando la ecuación de tu nombre graficada en el corazón.
Domingo 5 de septiembre de 2004
Resuelva ecuaciones de segundo grado.
Alejandro Dolina
Algo parecido a la ansiedad es el amor había dicho en su clase el maestro de Ciencias, quien nos había pedido graficar el número de pulsaciones cardiacas que experimentan los amantes en función de la distancia que los separa. Ya en el laboratorio habíamos aislado la sustancia que segrega el cuerpo al entrar en la fase inicial del enamoramiento.
Pero ahora sentía el sudor deslizarse por mi espalda cual avalancha de nieve que va sepultándolo todo. Dudaba considerar, en el trazo de mis coordenadas, si la ansiedad que se experimenta cuando se está frente al amado también aplica cuando éste, en su ausencia física, es sustituido nítidamente por la maquinaria del ensueño o la alquimia que genera la evocación.
Probé otra vez el café que iba perdiendo su calor al contacto con la noche y deambulé alrededor de la mesa; en la gráfica resultante los puntos acusaban una ecuación inexacta. Limpié la humedad de mi frente y me acomodé en la silla. Encendí un cigarro y recordé que te hallabas a segundos-luz de mí y sin embargo, mi corazón era un cuasar próximo a superar su estado cero de equilibrio. Seguramente la sustancia identificada en el laboratorio no era la única responsable de los estertores de mi raciocinio. Tendrían que estar involucrados necesariamente otros factores: magia, sino, azar; una presencia activa que escapa a toda valoración exacta. Un principio de incertidumbre.
Di fin al café frío y desvié los ojos hacia el espacio coordenado: si la variación en el número de pulsaciones está directamente relacionado con la distancia media entre los cuerpos, según se leía en el orgasmograma, la velocidad a la que se pierde la cordura es igual al espacio que con rapidez se conquista la felicidad por unidad de tiempo amoroso. Es decir, un amante sucumbe al delirio con una aceleración constante independientemente de la naturaleza de sus partículas y de las condiciones reales del encuentro.
Me dirigí hasta la ventana, la noche era helada pero sentía calor. Si los puntos de la recta se prolongan sin variación por ambos extremos de la línea hacia el infinito, el proceso de enamoramiento tendría que ser reversible: desdibujar tu abrazo, despronunciar tu nombre, reducir tu cuerpo a un punto cero en el plano coordenado aun cuando mis labios tiendan uniformemente hacia el arco tangente de tu boca. Contradecir las leyes naturales para recuperar las condiciones del estado inicial. Echar tu beso entrópico por el lavabo y experimentar el sexo fácil debido a una diferencia de potencial termodinámico de mis hormonas. Olvidarte regresando a un tiempo anterior al Big Bang de tu cuerpo entre mi cuerpo.
Una sorpresiva ventisca agitó los planos de la mesa e hizo rodar la tinta cuesta abajo. ¡Eureka! La respuesta estaba ahí, en el movimiento browniano de la estampa oscura. En el amor también existe una sola dirección, un pasaje y es de ida. Y yo tendría que apresurarme a decidir abordar el móvil –contigo- o dejarlo marcharse sin mí.
Volví rápidamente al papel cuadriculado y entonces sonó el reloj. Abrí los ojos y frente a mí tenía la mirada inquisitiva del titular de Ciencias: ¿De qué están hechas todas las cosas, estudiante Z? Y desde una certeza que iba haciéndose a cada momento más sólida, casi un teorema respondí: de una ilusión de orden, profesor. Y abandoné el salón con cierta prisa llevando la ecuación de tu nombre graficada en el corazón.
Domingo 5 de septiembre de 2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario